2021: Año de la Independencia
19/06/2021
Doctor Luis García Montero, director del Instituto Cervantes:
Ciudadano gobernador de Zacatecas, Alejandro Tello:
Amigas y amigos:
Autoridades civiles y militares:
Muchos en el mundo de las letras sostienen que no debe vincularse los quehaceres intelectual y artístico con la política; aunque quienes así piensan casi siempre pertenecen al agrupamiento conservador, se refugian de esa manera en una pretendida objetividad, en la moderación del supuesto apartidismo o tratan de engañar afirmando que son independientes y apolíticos, cuando en realidad dicha postura es una forma fingida de tomar partido.
Ramón López Velarde es un grande, no solo por su poesía sino también porque en su escasa vida pública se adhirió con convicción y fervor al movimiento democrático encabezado por Francisco I. Madero, el apóstol de la democracia. El maestro Carlos Pellicer, hablando sobre el tiempo y la vida, que estuvo hace 100 años en los funerales de López Velarde, decía que la vida era demasiado corta para desperdiciarla en cosas que no valían la pena.
Sin embargo, no todos los intelectuales pensaban y actuaban de manera consecuente. En los tiempos de López Velarde, casi todos los escritores y poetas eran porfiristas y algunos, incluso, colaboraron con el siniestro general golpista Victoriano Huerta.
La gran escritora Elena Garro, en su libro Revolucionarios Mexicanos, reafirma que «a pesar de los crímenes, las adhesiones más calurosas de la intelectualidad mexicana le llovían al Chacal» y enlista a sus integrantes: Othón de Mendizábal, Alejandro Quijano, José Castelló, Luis Castillo Ledón, Genaro Estrada, los Vázquez Gómez, Francisco Castillo Nájera, Miguel Lanz Duret, Luis Pérez Verdía, Fernando Ramírez de Aguilar, José de Núñez y Domínguez, Carlos Pereyra, Jesús Flores Magón, Eduardo Ocaranza, Amado Nervo, José Ferrel, Miguel Lerdo de Tejada, Salvador Cordero, Manuel Gamio, Ezequiel Padilla, Rafael López y Enrique González Martínez, –dice Elena Garro– aplaudían los epítetos de Juan José Tablada dirigidos a Huerta: «venerable figura», «arquetipo glorioso de lealtad», «héroe de abnegación», el de «rostro austero y viril», el «estadista que simboliza el deber».
Quizá el caso más patético sea el de Salvador Díaz Mirón. Este veracruzano fue un gran poeta y un hombre muy culto: en los albores del porfiriato, junto con Manuel Gutiérrez Nájera y Juan de Dios Peza, formó parte de la llamada “Trinidad Literaria de la Nueva Generación”. No obstante, en el terreno político, moral, fue inconsecuente y acomodaticio. Se comportó con dignidad y decoro solo en la primera etapa de su vida pública.
La buena época política de Díaz Mirón que coincide con la primera vez que fue diputado federal, tiene también una relación estrecha con la creación de sus mejores poemas. Por ejemplo, en 1888, publica Espinelas y, en sus versos expresa de manera magistral su irreverente rebeldía. Ello explica por qué llegó a ser tan admirado por el entonces joven Rubén Darío.
Que como el perro que lame
la mano de su señor,
el miedo ablande el rigor
con el llanto que derrame;
que la ignorancia reclame
al cielo el bien que le falta.
Yo, con la frente muy alta,
cual retando al rayo a herirme
soportaré sin rendirme
la tempestad que me asalta.
No esperes en tu piedad
que lo inflexible se tuerza:
yo seré esclavo por fuerza
pero no por voluntad.
Mi indomable vanidad
no se aviene a ruin papel.
¿Humillarme? Ni ante aquel
que enciende y apaga el día.
Si yo fuera ángel, sería
el soberano ángel Luzbel.
El hombre de corazón
nunca cede a la malicia.
¡No hay más Dios que la justicia
ni más ley que la razón!
¿Sujetarme a la presión
del levita o el escriba?
¿Doblegar la frente altiva
ante torpes soberanos?
Yo no acepto a los tiranos
ni aquí abajo ni allá arriba.
Sin embargo, la vida pública de Díaz Mirón es hasta vergonzosa. Al ser electo por segunda ocasión como diputado, solo subió una vez a la tribuna, y fue para justificar la permanencia de Porfirio Díaz en el poder, porque según el poeta:
[…] las entrañas maternales y el destino de la nación nunca jamás lograrán combinar de nuevo una naturaleza superior como la del General Díaz, con circunstancias y ocasiones que le revisten de esplendor. Solo la magia –sostenía Díaz Mirón– de la historia explicaría la repetición del fenómeno.[i]
Por su conducta abyecta, Díaz Mirón no solo hizo el ridículo en el terreno político, sino que también perdió su creatividad artística, se fue degradando en lo literario. Por ejemplo, se le encargó el poema para la inauguración de la Columna de la Independencia (el Ángel), el 16 de septiembre de 1910, y causó mucha desilusión escuchar, a quien era considerado el vate más grande de México, versos carentes de ritmo y, sobre todo recitar, en alabanza de Porfirio, cito «que su orden y su grandeza [de la nación], acredita de sabia tu proeza [la de Porfirio]… y hoy una libertad, hija de un fuerte, consagra un esplendor que cumple un siglo».
Aquí, es inevitable recordar al crítico literario, Belinski, quien encaró al gran escritor ruso Gógol, señalándole que «cuando un hombre se entrega por entero a la mentira, lo abandonan la inteligencia y el talento».
Implantado el huertismo, Díaz Mirón regresa a la escena política nacional, y como es de imaginar, juega un papel aún más lamentable y repugnante. Sus amigos antimaderistas José María Lozano, Querido Moheno y Nemesio García Naranjo le ayudaron a obtener la dirección del periódico oficialista El imparcial. Desde esa tribuna, escribió artículos adulatorios a Huerta. En uno de ellos sostuvo que el chacal era la «repetición de Napoleón». Y cuando el usurpador visitó el periódico, el poeta escribió una crónica afirmando con cursilería que Huerta había dejado «un perfume de gloria».
López Velarde tenía otra catadura. El autor de Suave Patria conoció a Madero en 1910, se dice que participó en la redacción del Plan de San Luis, lo que podemos probar es que un año después, ayudó a la causa democrática con editoriales publicados en El diario de Zacatecas —dirigido por el periodista hondureño, Matías Oviedo— y en pleno gobierno maderista, cuando el presidente era atacado por la prensa, por los intelectuales porfiristas, de manera elegante López Velarde, explicaba a un amigo, el abogado católico Eduardo J. Correa lo siguiente: «me dice en su carta que la Revolución solo ha servido para cambiar de amos. Medite tranquilamente cómo vivimos hoy y cómo vivíamos antes… No estaremos viviendo en una República de ángeles, pero estamos viviendo como hombres y ésta es la deuda que nunca le pagaremos a Madero».[ii]
Según sus biógrafos, López Velarde estuvo por primera vez en la Ciudad de México, entre junio de 1912 y enero de 1913; un mes después de abandonar la capital se registró lo que antes se conocia como la Decena Trágica, que ahora los historiadpres, con apego a la realidad y a la verdad le llaman Quincena Trágica, entonces López Velarde abandonó la Ciudad, como si el poeta lo presintiera y mejor decidiera por alejarse de la desgracia de su admirado Madero y de su querida patria.
Se sabe que en 1913 regresa a San Luis Potosí, donde había cursado la carrera de abogado. Desde allí se dedica a combatir con la pluma a Victoriano Huerta y a defender a sus amigos en peligro por la represión desatada. El primero de enero de 1914, López Velarde regresa a vivir a la capital y sigue escribiendo, aunque más de literatura que de política. También, en ese año, imparte clases de literatura en la prestigiada Escuela Nacional Preparatoria.
Un investigador, Jorge Aguilar Mora, documenta que López Velarde, a principios de 1915, por un breve periodo fue secretario de Educación en el gobierno surgido de la Convención de Aguascalientes, del gobierno revolucionario de la Convención de Aguascalientes.
Un año después, en 1916, es nombrado primero director jurídico de la Secretaría de Gobernación y, posteriormente, secretario particular en esa misma dependencia de su amigo Manuel Aguirre Berlanga, secretario de Gobernación. Desde entonces hasta el derrocamiento de Carranza, López Velarde concilia su trabajo literario y poético con la administración pública. En ese tiempo, como es sabido, López Velarde estaba prácticamente aislado era funcionario del gobierno Venustiano Carranza, cuando casi todos sus amigos, compañeros, los intelectuales eran anticarrancistas, incluido su amigo José Vasconcelos y su maestro Enrique González Martínez, considerado como “el máximo poeta mexicano de entonces”. No obstante, cuando los obregonistas tomaron la Ciudad de México y Carranza emprendió su marcha hacia Veracruz, el ministro de gobernación Aguirre Berlanga y su secretario particular, López Velarde, lo acompañaron en su última odisea, que culminó con el asesinato del presidente Venustiano Carranza, el 21 de mayo de 1920, en Tlaxcalaltongo, Puebla.
José Emilio Pacheco narra que, en la Villa de Guadalupe, Jesús M. Guajardo, el asesino de Zapata, lanzó contra el convoy presidencial una “maquina loca” (locomotora sin conductor). Hubo muchos muertos, y sobre todo entre soldados y soldaderas. López Velarde se salvó, pero ya no quiso seguir en lo que pareció con toda razón una caravana hacia la muerte: incesantes “maquinas locas” y “ataques de la caballería”.
También hace relativamente poco, en 1988, se dio a conocer una carta que en ese entonces el poeta envió a la joven Margarita González, contándole que “el día 7 del pasado mes cito –textualmente, enmayo de 1920– salí con los trenes del gobierno… pero no pasé de este lado de la Villa, pues el enemigo nos rodeó…”.
Hay que decir que en su u breve paso por el servicio público, López Velarde no alteró su estricta austeridad. Murió pobre. Vivió con humildad, pero fue libre siempre y consecuente.
Casi al final de su fecunda existencia, sin congraciarse con Obregón, ni con los asesinos de su primer jefe, Venustiano Carranza, que además teníana su amigo y protector, Aguirre Berlanga en la cárcel, el poeta de aquí, de Jerez, Zacatecas, escribió la Suave Patria. No era un poema escrito por encargo del hombre fuerte de entonces, Obregón y su amigo Vasconcelos, sino un poema íntimo, dedicado a nuestra tierra, la de un país pobre y de un pueblo humilde, “vestido de percal y de abalorio”, de lentejuelas. A mí en lo personal me gusta y me complace este verso, que tiene que ver con la imaginación del poeta, que como aquí se dijo conoció desde lugeo Jerez y Zacatecas; San Luis, donde estudió; Aguascalientes; Jalisco y la Ciudad de México; posiblemente no conoció el mar, ni la selva tropical, por eso me gusta este verso:
Suave Patria: permite que te envuelva
en la más honda mística de selva
con que me modelaste por entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre risas y gritos de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.
Amigas y amigos:
López Velarde escribió este memorable poema con el mismo motivo que hoy nos reúne. Recordar, como en aquel entonces, el primer siglo del México independiente, ahora recordamos el segundo siglo de México como país independiente; y lamentarm en aquél entonces, el cuarto, ahora el quinto centenario de la caída de Tenochtitlan, algo que nosotros estamos haciendo, 100 años después, aquí, en su tierra natal, como homenaje a este ilustre personaje de la poesía y la dignidad.
¡Viva Ramón López Velarde!
¡Viva Jerez!
¡Viva Zacatecas!
¡Viva la poesía!
¡Viva México!
¡Viva México!
¡Viva México!
[i] María Ramona Rey, Díaz Mirón o la exploración de la rebeldía, México, Ediciones Rueca, 1974,, p. 102.
[ii] Alfonso Taracena, La verdadera Revolución Mexicana (1901-1911), prólogo de José Vasconcelos, México, Editorial Porrúa, 2005, p. 425.